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Cada mañana era igual a la anterior, y la perspectiva de otra jornada de tareas tediosas lo hacía estremecer. La idea de que debía haber algo más lo perseguía constantemente.

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Ismael vivía en una constante insatisfacción y el peso de cumplir los treinta años se posaba sobre sus hombros como un recordatorio punzante de su sueño no cumplido. En su monótona rutina de oficina, se cuestionaba si esa era toda su vida.

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Ese constante recordatorio del sueño de pintar, una pasión que desde niño anhelaba, se manifestaba en su mente una y otra vez. Sin embargo, su madre siempre había desalentado su sueño, diciéndole que en este país no se podía vivir de eso.

 

El recuerdo de aquel momento resonaba en su memoria, generando un torbellino de emociones y dudas. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tomado otro camino? Se pregunta mientras camina.

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